"La agorafobia es el miedo y evitación a estar en lugares o situaciones de los cuales pueda ser difícil o embarazoso escapar, o en los que pueda no disponerse de ayuda en el caso de tener un ataque de pánico o síntomas similares –sensación de ahogo, taquicardia, mareos, despersonalización, desrealización, pérdida del control de esfínteres, nausea-. Como consecuencia de este miedo, la persona evita las situaciones temidas, las soporta con gran ansiedad o malestar y, generalmente, tiene la necesidad urgente de estar acompañada. Con frecuencia, este miedo se suele experimentar en medios de trasporte como el metro, el avión o el coche. Se manifiesta de igual forma al alejarse de casa, en lugares públicos como centros comerciales, en la cola de de un mercado, el cine o en eventos multitudinarios. En otras ocasiones, el miedo es simplemente la anticipación de que pueda volver a producirse una crisis de pánico en un lugar donde previamente se sufrió una". [Fuente: Actad].
Apareció. Sin previo aviso. Y lo hizo para quedarse... sin fecha en su billete de vuelta. No, no era su gran amor, sino su gran miedo. Había estado allí presente siempre, cual bestia, pero no se había dejado ver. Solo de vez en cuando hacía acto de presencia, llamadas -pequeñas- de atención. Hasta que un día llegó y se manifestó como un tsunami interior que arrasó con su exterior también. Se miraba al espejo y no se reconocía ni a ella ni a esos nuevos síntomas que cada día le visitaban, se empeñó en encontrar el porqué de todo aquello. Hoy todavía no lo ha conseguido. Sigue en ello... poco a poco, porque el miedo es tan real como desconocido, tan odioso como adictivo, tan fuerte como incontrolable. Siempre está al acecho. Esperando para devorarte... Y es que ella cree que nunca desaparece, que solo lo callamos, lo domamos, lo silenciamos... lo ponemos en modo avión, porque cuando aparecen 'bestias' que nos atormentan, ahí está él para, lejos de cuidarte, atropellarte.
Hoy os cuento una nueva historia... quizá la más especial. Pero no por nada en particular... más allá de que 'ella', soy yo. Encantada. Mi nombre es Paula y hoy he decidido desnudar mi interior aun a riesgo de que algún bestia pretenda que este salga en llamas. Ni lo intenten, porque han venido a verme monstruos peores. Y aquí sigo. Con la 'V' de victoria simbolizada en forma de cicatrices físicas y psíquicas, marcadas a fuego en mi piel y en mi corazón. Ellas me recuerdan quién soy y hacia dónde voy. Por ello no las detesto... LAS AMO.
Todo empezó y acabó en el mismo sitio: Gijón del alma. En un paseo por el Muro en el inicio de mis vacaciones con mi mejor amiga cuando me atacó sin piedad. Desde entonces han sido dos años -y sigo luchando para que no vuelva- para derrotarla. No es fácil vencerla, pero habría sido especialmente difícil sin mis ángeles de la guarda: mis padres, Nolito [mi perro], mi abuela, mis amigos [gracias especiales a Lorena y Estefanía por ser quienes con más fuerza me llevaron a enfrentarme al miedo para volver a VIVIR], Carmen y Benjamín. Los dos últimos representan la parte 'médica' del asunto. Aunque Carmen es ángel y hada. Benjamín me dio "el alta farmacológica" el 11 de abril. Y aun consciente de que esto puede ser carnaza para más de un buitre disfrazado que está en las Redes Sociales, no me importa. Contarlo es el principio de la liberación. Y su rechazo es su basura, no la mía.
Sinceramente, sufrir agorafobia es un auténtica PUTADA. Más aun cuando eres una persona social y que intenta ser periodista. Me frenó en seco. Tuve que remar mucho para no ahogarme en el intento. Venía de haber pasado una operación MUY JODIDA de columna vertebral (otro día hablaré de ello) hacía dos años [en aquel momento, ahora ya se van a cumplir cinco] y pensé que con esa operación ya había cubierto el cupo. Pero no. El golpe personal más fuerte ha sido este, sin duda. Y no voy a contar todo porque a nadie le interesa, pero sobre todo porque nadie lo entenderá. Solo comprende esta clase de 'enfermedades' quien las sufre. La ansiedad es un monstruo. Uno que es muy duro vencer. No genera adicción, pero sí pareces un drogadicto porque sabes que en CUALQUIER MOMENTO puedes volver a caer. Y lo peor es que también tiene sus efectos secundarios. Los efectos de las pastillas que he tomado este tiempo están revelándose en mi cuerpo ahora: kilos y más kilos. Mirarte al espejo y no gustarte. Librar la batalla diaria de no volver a caer en el miedo al barullo, pero con los ojos bien abiertos por si te miran el peso que has cogido. Porque, perdónenme, pero más de uno ya me ha recordado "que he engordado". Señor, YA LO SÉ. No estoy ciega. No hace falta que me lo recuerde. Y esto es algo que me parece una auténtica falta de educación. Pero ese es otro tema.
Sin ir más lejos: el otro día en El Molinón sentí que volvía para atrás como un cangrejo. Pero no ha sido así, afortunadamente. Es por esto que digo que una batalla DIARIA. Y ahora ya estoy solo yo -con Carmen- para enfrentarme a él.
La agorafobia es sentir que te mueres y al mismo tiempo saber que no te está pasando nada. Pero no lo puedes controlar. Se escapa de tu razón y de tu cuerpo. Incluso generas síntomas irreales, porque piensas que te estás mareando y no es así. Pierdes el control e inmediatamente necesitas que otro te recuerde que no estás sola. Pero al mismo tiempo deseas estarlo. No quieres multitud ni sitios cerrados durante mucho tiempo. No quieres nada y a la vez quieres todo. Y al final te recluyes en casa. Vas alejándote de todo y de todos. Si tienes mi suerte, los de verdad no te abandonan. Pero imagino que habrá casos en los que se hayan quedado solos.
En esta historia juega un papel importante Nolito (mi perro). Él me obligó a salir con él cuando solo quería estar en casa. Se levantaba a estar conmigo cuando en medio de la noche me daba el ataque de pánico. Me daba besos cuando me veía llorar sin consuelo. Y me miraba con su cara de pena cuando me sentía abatida. Él, mis padres y mi gente en general, me devolvieron la VIDA. Algo que durante casi un año [porque en poco menos de un año ya estaba bastante bien] creí haber perdido.
Quise dejar mi huella (ya sabéis: de elefante) en esta particular guerra. Benjamín, mi PSIQUIATRA, me felicitó por mis tiempos. No había conocido un caso de recuperación tan rápido como el mío. Me felicitó. Y eso me llenó de FUERZA. Supe que quería ayudar en lo que pudiera. Y aunque esa ayuda solo sea contarlo, por si alguien sufre algo similar, bienvenida sea. No estás solo. Y se vence. Se puede. Claro que se puede.
Sigo lamiéndome las heridas. Por ello últimamente detesto más las redes sociales. Veo demasiado buitre carroñero en busca de presa fácil. Y tengo mis momentos de debilidad. A ellos, y a todos, les recomiendo que no se queden en lo aparente. Y que ellos curen sus heridas también... porque verter tanta BASURA es solo una proyección de lo que ellos tienen dentro.
No quería contar mucho más. Solo hacer saber que he sufrido, he luchado y he ganado. Por si alguien que lo sufra lo lee. Si es así: cuente conmigo para lo que necesite. A los que quieran usar esto como arma arrojadiza, desistan. Amo mis cicatrices.
Sean felices. Y dejen su HUELLA DE ELEFANTE.
Comments